Cada vez se habla más del consumo local y de la necesidad de fomentarlo, pero ¿sabes realmente qué es y qué beneficios tiene?
Según la Rae, una de las definiciones de consumir es utilizar comestibles u otros bienes para satisfacer necesidades o deseos. Por otro lado, define local como aquello perteneciente o relativo a un lugar y, amplía, a un territorio, a una comarca o a un país. Así, podríamos decir que el consumo local es la utilización de comestibles u otros bienes, producidos en un lugar determinado, para satisfacer nuestras necesidades.
Más allá de las definiciones formales, el consumo local se caracteriza por reducir las distancias geográficas, organizativas y sociales entre los consumidores y los productores, principalmente de productos agroalimentarios. Esto no solo implica mayor cercanía física, sino también menos intermediarios en la cadena de venta. De hecho, es común que este tipo de prácticas implique la compra directa.
Vivimos en un mundo global en el que las personas, la comunicación y los productos circulan “libremente” traspasando fronteras. Esta globalización ha ayudado a evolucionar a la humanidad en muchos aspectos, pero en otros también ha resultado contraproducente. En lo que al medioambiente se refiere, sabemos que la globalización no ha hecho más que agravar el cambio climático. La principal causa de esta problemática es la generación de residuos, el consumo excesivo y la sobreexplotación de recursos no renovables.
La globalización también es la causa de la intensificación de muchas crisis sociales. La explotación de mano de obra barata, o la expropiación de terrenos a particulares para que grandes compañías internacionales saquen provecho de exprimir algún recurso natural, son algunos de los motivos de esas crisis. Por eso cada vez se ha puesto más en valor el comercio justo, que asegura las buenas prácticas en la contratación de personas, pero no siempre es efectivo y además no tiene tan en cuenta las repercusiones del proceso en el medio ambiente.
El consumo local podría ser una de las soluciones en la lucha contra el cambio climático y por la justicia social. Esto, que suena tan nuevo y revolucionario, no es más que un modelo que se lleva poniendo en práctica a lo largo de toda la historia de la humanidad. Podemos encontrar mercados de calle por todo el mundo, donde tradicionalmente pequeños productores vendían, y en menor medida todavía venden, los frutos de su trabajo directamente a los consumidores, o lo que es lo mismo, a sus propios vecinos. Unos productos que en muchas ocasiones no requerían más que de agua, luz y el sudor de quienes los trabajaban.
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